El olivo- Simple pero eficaz relato familiar


Iciar Bollaín estrena una nueva película desde la silla de dirección seis años después de que se estrenará la interesante pero irregular (por ambiciosa) También la lluvia. En esta ocasión se detiene en un relato de dimensiones más reducidas: una historia familiar, sustentada en la fuerza de sus personajes. Y sus resultados han mejorado, pues es esta una película divertida a la par que trágica, con un competente guión que se siente muy real y unas interpretaciones muy creíbles. Una pena la ñoñería general y el pobre acabado visual del filme (evidentemente, por falta de pretensión). 

Alma asiste al declive físico y mental de su querido abuelo, por lo que decidirá emprender una misión para hacer feliz a su abuelo antes de su muerte con aquello que más añora: aquel viejo olivo de su jardín que fue vendido hace años y transplantado en otra parte para suplir las diferencias económicas de la familia. Suceso trágico aquel que abrió heridas que aún supuran; una herida que Alma intentará cerrar cueste lo que cueste, aunque sea arrastrando a su tío y su amigo a una loca aventura para recuperar el olivo de una empresa energética extranjera que lo usa de logo. La premisa es sencilla, pero diferente, y así de sobria y personal es la historia que se desarrolla en un filme amable y humano. Y cuán sorprendente resulta que Bollaín se centre no tanto en el drama lacrimógeno sino en la comedia costumbrista de sus actantes. Lo cual es de agradecer, pues es el maridaje tragicómico el mayor punto fuerte de la película. La combinación de tonos dan veracidad a la historia, y la hacen más próxima, ofreciendo momentos que nos permitan empatizar con los personajes. La joven Anna Castillo, Pep Ambrós (ese amigo que la desea desesperadamente) y, sobre todo, el veterano Javier Gutiérrez ofrecen unas interpretaciones estupendas, dotando a sus personajes de mucho carácter, carisma y energía. Los pilares de un relato necesario en estos tiempos volátiles y frívolos. Una pena que la realización audiovisual no acompañe.

Cada propuesta audiovisual, también dependiendo de su género narrativo, tiene unas pretensiones diferentes en cuanto al acabado visual. Por lo que tratándose de drama social está relativamente justificada la falta de atención estética. Pero ello no quita que resulte muy decepcionante como un equipo tan competente ofrece un trabajo tan pobre a nivel formal. La fotografía, más allá de alguna toma general o los travellings laterales (también en Plano General, como los recursos de situación) de seguimiento del camión por su recorrido en carretera, la fotografía es simple y desvaída (de colores muy apagados) y abusa, como gota que colma el vaso, de cámara en mano en planos cerrados que pedían a gritos un triste trípode, o algún estabilizador de cualquier tipo. Sin duda lo más importante de una película es su guión y la experiencia sensorial, pero prácticamente igual de importante es la construcción visual y las decisiones que se toman para la puesta en imágenes de la historia. Y aunque una película pequeña de escasos personajes y que da énfasis a los conflictos familiares y a las relaciones humanas no necesita virguerías audiovisuales de chulería cinematográfica, un poco más de elegancia en el tratado de la imagen habría mejorado mucho el resultado final. Resultado que, al ser tan buenista, adolece de momentos de subrayado emocional y obviedad dramática.

El olivo no es especialmente memorable, visualmente fea y sensiblera de más, pero sus simpáticos personajes y bien construido argumento hacen de ella una película muy agradable, inteligente y necesaria para recordar la importancia de las pequeñas cosas de nuestra identidad nacional. 7/10

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